Fe Ortodoxa

La fe ortodoxa no es una adhesión a un sistema doctrinal sino una fidelidad creativa y dinámica, fruto de la experiencia viva y actual de la unión de los hombres con JesuCristo en el Espíritu Santo.

Las dos verdades fundamentales están expresadas simbólicamente por los dos candelabros que el obispo sostiene en sus manos durante la celebración eucarística: uno de ellos tiene tres llamas, y el otro, dos. Estas verdades son las raíces de todo pensamiento teológico, de la liturgia, de la vida espiritual de los fieles, y de las relaciones entre los hombres y con el mundo entero.

La primera verdad es el Misterio de la Trinidad: la inefable comunión de Tres Personas distintas (Padre, Hijo, Espíritu Santo) en la unidad de la naturaleza divina. La segunda proclama la doble naturaleza en la Persona de Cristo: la unión “sin mezcla, sin cambio, sin división, sin separación” de la divinidad y la humanidad en JesuCristo, verdadero Dios y verdadero Hombre.

Tanto en la intimidad de la vida trinitaria como en sus manifestaciones -creación, revelación, encarnación, redención, santificación y glorificación – las Tres Personas accionan y aman como una sola: todo proviene del Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo (Rom 11, 35). Este Misterio se refleja en la organización institucional de la Iglesia:

“Las tres Personas divinas son iguales en su naturaleza común, y diferentes como Personas. Igualmente, las Iglesias locales son diferentes según su carisma original, e iguales: en todas y en cada una está la Iglesia Una” (Jacques Goettmann).

La segunda verdad, la relación perfecta entre divinidad y humanidad en JesuCristo, nos permite asomarnos a la realidad del mundo y de nosotros mismos. Pues Dios respeta a su creación, a la que no absorbe ni aniquila, sino que dignifica y transfigura, pues ella es capaz de portarlo a Él, el Inaccesible. Deslumbrante revelación de lo que somos, a pesar de las rupturas y las caídas, gracias a la bondad y la ternura de Dios que siendo rico, Se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (2 Cor 8, 9). Las consecuencias antropológicas, sociales y hasta ecológicas de esta revelación son incalculables.

Todas las otras afirmaciones de la fe ortodoxa provienen de esas dos verdades, que se reflejan en los aspectos más concretos y urgentes de la vida de los hombres a lo largo de la historia. Esas afirmaciones avanzan cuidadosamente mediante antinomias, expresando la comunión, y hasta la coincidencia, entre opuestos: único-múltiple, unidad-diversidad, Dios-Hombre, Virgen-Madre, Incognocible-Experimentable, nos introducen, más allá de los límites del pensamiento, en el Misterio como realidad vital: “Teología y mística se sostienen y se completan mutuamente. Una es imposible sin la otra: si la experiencia mística es una actualización personal del contenido de la fe común, la teología es una expresión, para bien de todos, de lo que puede ser experimentado por cada uno” (Vladimir Lossky).

Para conocer a Dios hay que acercarse a Él. La teología ortodoxa se acerca preferentemente a la infinitud del Misterio divino afirmando lo que Dios “no es” (Dios in-finito, in-conmensurable, in-mortal, in-comprensible, in-mutable). Es el camino de la Teología apofática o, como la llama Dionisio el Areopagita, Teología mística, que se consuma en el silencio adorante y liberador. Pero la fe se expresa también por el camino de la liturgia, que celebra la proximidad inmediata de ese Dios y su amor redentor mediante la alabanza y la acción de gracias. Finalmente, el amor compasivo hacia los demás prolonga la infinita condescendencia del Dios que desciende, Se acerca y salva. Teología, liturgia, acción caritativa: caminos que permiten a la criatura elevarse a la contemplación de la plenitud divina del Creador.

Siendo la humanidad una multitud de diferentes personas en una única naturaleza humana, el hombre está llamado a la comunión con Dios en un proceso de “deificación”. La unión de lo humano y lo divino que se ha llevado a cabo en la Persona de Cristo debe cumplirse en cada uno de nosotros mediante el Espíritu Santo y nuestra libertad. Los Padres de la Iglesia dicen: “Dios Se hizo hombre para que el hombre pueda llegar a ser Dios”.

La Madre de Dios y los santos son ejemplos de nuestro propio camino, “ventanas abiertas al Reino de Dios”.