Palabra para hoy

El lenguaje de la Cruz

Jacques  Goettmann

 No hay desviación más grave que la deformación infligida a lo largo de los siglos al “lenguaje de la Cruz” (1 Cor 1, 18). Según el lenguaje de hoy, la Cruz es sinónimo de mal, de privación, de sufrimiento. Fue identificada con un falso honor escolar, militar o mundano. Se fabrican en serie crucifijos donde las torturas del hombre de dolor restringen el Signo de la Cruz sólo al sufrimiento, sin reflejar para nada su Gloria vivificante. El colmo de la perversión para la cruz, en las naciones cristianas, es haber sido el signo del coraje innegable con el cual el hombre vierte la sangre de sus hermanos en el campo de “honor” de la gran matanza, de la masacre.

 Qué es la Cruz sino la estaca de tortura, el yugo del esclavo, el árbol de la horca, del cual el loco amor de un Dios-Hombre hace un instrumento de curación, un yugo de libertad, un árbol de Vida. La gloria de la Cruz no consiste en la efusión de sangre, menos aún si es la sangre de los hermanos, sino en afrontar voluntariamente la muerte, a fin de vencerla por una fuerza de amor más vigorosa que ella, aboliendo así los sacrificios sangrientos. La Cruz es victoria sobre el Mal, Sabiduría y Potencia de Vida.

 ¿Dónde está el ideólogo de este mundo? Nos demostró Dios que el saber de este mundo es una locura. El mundo con su saber no reconoció a Dios en la Sabiduría divina, por eso Dios quiso salvar a los que tienen fe en la locura de la proclamación… Proclamamos un Mesías crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos, mas para los llamados tantos judíos como griegos un Mesías, un Cristo que es Potencia de Dios y Sabiduría de Dios. Pues la locura de Dios es más sabia que los hombres y la debilidad de Dios, más potente que los hombres. (1 Cor 1, 20-25).

La Iglesia centra la vida cristiana sobre el signo de los signos, el sacramento de los sacramentos, el Árbol de la Cruz, y sobre su significación de Sabiduría y su realización de Potencia. La Cruz trazada sobre la frente, luego sobre el rostro, en fin, sobre todo el cuerpo. La Cruz inscrita por doquier, sobre las casas, los mosaicos, los frescos y los iconos, los manuscritos pintados, los vestidos y tantos otros objetos usuales. La Cruz es el signo de los discípulos del Cristo porque ella es el sacramento de la divina caridad, de la amistad del Salvador (Juan 13, 34-35; 15,8-6).

Desde el origen, el signo de la Cruz aparece como signo de la Gloria de Dios, que en San Juan señala el derramamiento de su amor en la hora de la Pascua del Cristo, más tarde será referido especialmente a la muerte de Jesús, como poderosa victoria sobre el poder de la muerte, tal como la describe San Pablo. Desde el comienzo, las cuatro ramas del árbol de la Cruz significan el carácter cósmico de la Salvación. Cuando trazamos el signo de la cruz sobre nosotros, o cuando bendecimos a alguien  o algo con él, con la sabiduría de la fe y el vigor de la esperanza, nos sumergimos en el Misterio de las Tres Personas de la Santa Trinidad (diciendo “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”) y en el misterio del Dios – Hombre, el Cristo, Misterio cuya altura, profundidad, anchura y longitud marcan los caminos del Reino de Dios en nosotros y en las Naciones (Efes. 3, 14-19; Col. 1, 24-27).

Millares de textos de las Santas Escrituras, de las Liturgias orientales y occidentales, de los Padres de la Iglesia, los Santos iconógrafos y poetas cristianos, atestiguan la sabiduría y la potencia del Símbolo tan realista de la Cruz Gloriosa, como Árbol de Conocimiento y de Vida, yugo de verdadera liberación y arma de salvación, escala de santidad y camino de justicia, muralla de la Iglesia y vestido de los Santos, como ley de construcción del cosmos y sello impreso de todas las cosas, arquetipo central del nuevo Génesis y ritmo universal del Apocalipsis del Cordero, clave de la Alianza y signo de las bodas de la Esposa con el Cordero en la Nueva Jerusalén. Cuando el Cristo retorne, el signo del Hijo del Hombre se hará visible en la plenitud de los Cielos y todos lo veremos, nosotros, los pecadores que lo hemos traspasado (Mat. 24,30; Apoc. I,7).

La Cruz culminará la revelación de todas las cosas, de toda la historia. En ese Día, las interrogaciones de los pequeños y los simples tan llenas de sabiduría, y los sufrimientos de los pobres y los perseguidos tan llenos de fuerza, revelarán el amor, el único amor que tornaba su locura y su debilidad más fuertes y más sabias que las ideologías y los imperios del mundo.

Publicado en: El Árbol de la Cruz, Buenos 
Aires: Candelabro, 2009. Pag.3